La construcción del terror desde la religión

12.06.2013 16:28

"Dios no manda cosas imposibles, sino que, al mandar lo que manda, te invita a hacer lo que puedas y pedir lo que no puedas y te ayuda para que puedas". (San Augustín)

El poder juega con muchas variables para someternos y enajenarnos. No obstante, el miedo es una de las que mejor respuesta ha ofrecido gracias a dos conceptos que trazan la construcción humana; esto es el sexo y la religión (esta última se establece en escenarios incluso de terror).

En el presente ensayo nos enfocaremos en el tema religioso, los que me conocen sabrán mi inclinación férrea y dogmática a la Fe, como una construcción indudable en mi creencia cristiana. El análisis desde aquí será meramente epistemológico; centrándome en la religión como una construcción cultural a la cual repito, el poder la ha tomado como mecanismo de permanencia.

Nietzsche en el Anticristo construye un acercamiento  de lo que es la religión cristiana y la señala como un simulacro pre configurado de una realidad. En otras palabras, la figura de Cristo no es la que comenzó cuando fue el momento de su crucifixión, sino que es una figura amoldada a los intereses de la Iglesia. Los líderes religiosos han compuesto la "vestimenta" del Hijo de Dios en cuánto a sus intereses.

Este Hijo de Dios, por ejemplo, resalta el tema de la pobreza, la Iglesia toma eso y realiza una simple analogía de la pobreza con la nobleza, cuarteando el impulso irreverente de las personas.

Tal vez el punto de quiebre más álgido para comprender la instauración del poder en el cerebro mediante la religión está en una premisa en principio meramente estoica como el amor al prójimo.

De entrada, Nietzsche mira como absurdo este planteamiento, pues considera que la plenitud del hombre solo se concibe desde el interés puro y egoísta hacia él mismo. Pensar en el otro es malgastar energías que pueden ser usadas para uno mismo.

Freud de una forma no tan agresiva llega a la misma conclusión. Asegura que es imposible amar al prójimo como así mismo, como nos predica el cristianismo.

Dice que el todo de cualquier cosa se compone de un 100% si amamos al prójimo, como a uno mismo implicaría tener el 200% de la energía, pero eso no es posible, pues las cosas se componen de un 100%, entonces solo podemos amar a nuestro cercano dándole el 50% a él y el 50% a nosotros, lo cual es antinatural en cuanto no podemos descuidar la mitad de nuestra atención a nosotros. Freud dice que el problema es más complejo cuando no es solo una persona, que tal si son tres las personas que están frente a nosotros, significará que debemos darle el 25%.

Analizando bien este ejemplo, se llega a la conclusión que efectivamente el egoísmo del ser humano no permite un altruismo como lo predica la religión. El tema pasa porque el poder quiere que comprendamos como algo cierto y noble el cariño al otro pues eso nos distrae de nuestras peticiones hacia el YO y nos instruye de como actuar en sociedad, para no desequilibrar el modelo establecido. (Si al poder le interesa el caos, construye otros argumentos, muchas veces basados en la misma religión).

La religión bajo estos parámetros construye todo un sistema de reglas y preceptos como el antes citado que conllevan siempre al mismo esquema, la sumisión.

El tema es más profundo cuando existen castigos para los que no cumplan con las reglas de sumisión. Por ejemplo, el sujeto A quiere tener algo del sujeto B. Si lo roba, el sujeto A se sentirá completo y feliz, pues está obedeciendo a sus instintos humanos. Pero al hacerlo estaría siendo juzgado por la sociedad en planos legales, morales y religiosos.

En el caso de la religión el castigo es el infierno, que es peor que la cárcel. Nosotros tenemos miedo a la cárcel en cuanto conocemos como es, pero tenemos terror al infierno pues solamente son pistas las que nos dan de él; pistas que por lo demás son fatídicas y eternas. Más allá de eso no conocemos, esa incertidumbre causa terror. Luego, actos que vayan en contra del sistema como robar no son válidos en una sociedad que más que por convicción lo realiza por miedo.

Bajo ese precepto, el fin de la religión es la cosificación del humano. La propuesta es que el mismo cuerpo deje de ser propiedad de la persona y pase a ser propiedad de la religión, quien le indica que hacer o no hacer con el cuerpo, esto se asemeja mucho con la restricción sexual, en cuanto se nos construye con un pensamiento distante al tema sexual. Si el mismo cuerpo no nos pertenece, entonces es más factible que los mecanismos de poder subsistan.

Por supuesto, el tema de la religión es más amplio, desde esquemas espirituales hasta temas políticos. La religión atraviesa todo, en una sociedad con una incertidumbre hacia el más allá. La gente se niega a ejercer la absurdidad de la vida que plantea Camus. Los mismos ateos sienten deseos de creencias, pues culturalmente nos han criado dependientes a un ser supremo.

La lógica de pensamiento debe pasar en desatarnos de preceptos que nos atan.  De imaginarios y arquetipos religiosos que en muchas ocasiones nos alejan más de una creencia a la cual estamos dispuestos a aceptar. Por supuesto, sin caer en lugares comunes del ateismo sin justificación o como forma de rechazo, pues toda creencia tiene que ser respaldada con un marco lógico, que se ajuste a nuestra forma de vivir la vida en libertad.