La terapia del shock

27.04.2014 01:02

En un ensayo pasado recordé el planteamiento de Antonio Gramsci sobre la hegemonía como mecanismo de poder. En su teoría, Gramsci asegura que el poder se alimenta con dos factores primordiales: la persuasión y la represión.

Cuando la persuasión no funciona, los gobiernos emplean los mecanismos de represión para mantenerse en el poder y legitimar las acciones que realizan, en muchas ocasiones totalmente antipopulares.

Naomi Klein retoma parte de la teoría de Gramsci en lo que llama la “doctrina del shock”, una lógica de sociedad caótica que permite la generación de políticas públicas en entornos conflictivos que impiden una correcta racionalización de la necesidad colectiva.

Entendamos que caos significa desorden y en comunicación organizacional, por ejemplo, representa una posibilidad para generar mejores modelos laborales, pues despabila a un colectivo que suele estar adormecido por la cotidianidad, por ejemplo.

Sin embargo, el caos tiene otro componente que se llama inmediatez. Digamos que usted está conduciendo a su trabajo y está pensando en algún informe que debe presentar. En su camino se pincha una llanta, entonces su reacción natural será resolver este problema coyuntural y durante ese periodo se olvidará del informe, que es su motivación estructural.

Klein toma el concepto y su estudio de la "terapia de shock" de  Milton Friedman, uno de los ideólogos de las teorías neoliberales del libre mercado, de la reducción del estado y en general de las medidas  progresistas que incitan a la acumulación del capital con el fin, en teoría, de construir desarrollo y más liquidez en los mercados.

La política progresista se aplicó en América Latina con furia en la época post Salvador Allende, en la dictadura de Augusto Pinochet y Jorge Videla donde arrasó un capitalismo salvaje, que entre otros elementos, contó con casos de desaparición y una economía que tras  lograr un breve apogeo, apoyado por Estados Unidos, cayó en crisis.

Fue Friedman quien llegó hasta Chile para implantar su modelo de Estado de shock y según Klein, lo propuesto por el Nobel de Economía fue implantar un modelo de desviación de la atención ante la desproporcionada distribución de riquezas que vivía Chile.

El modelo de Pinochet todos lo conocemos y se basa en una doctrina del miedo infundado por un ejército represor, que arrestaba y aplicaba una política de cero tolerancia y tortura a quienes se oponían a la dictadura.

Esto permitió mantener en vigencia a un Gobierno que muy pocos se atrevía a cuestionar. Por tanto, con cheque en blanco, Pinochet pudo implementar todas las políticas que creyó conveniente y se convirtió en uno de los aliados principales del Gobierno de Ronald Reagan, un neoliberal convencido, quien pudo instalar la política del libre mercado en América Latina, “bien recibida” por países como Ecuador que vivían sus primeros pasos con el boom del petróleo y que por tanto se convertían en un festín para economía del llamado primer mundo y la clase banquera sedienta de dotar préstamos a altas tasas de interés (en Ecuador el destino de estas políticas tuvo su primer estadio con la sucretización de Osvaldo Hurtado y el posterior feriado bancario de Jamil Mahuad).

En su recorrido, Klein nos transporta a Londres, y caracteriza al gobierno de Margaret Thatcher, otra fanática de la propuesta de Friedman y amiga tanto de Pinochet como de Reagan, quien habría usado las Malvinas, un sector que hasta ese momento era poco conocido para los ingleses y para el mundo, para provocar una guerra que le sirvió para estimular un sentido de patriotismo, lo que traducido en popularidad permitió a Thatcher implantar una política de privatizaciones y de eliminación de los sectores agremiados, permitiendo un estado totalitario.

La visión de Thatcher es coherente para los que recuerden las políticas férreas que implementó en todos sus tratados comerciales. Entre otras acciones se destacó en la Unión Soviética, donde implantó la semilla del capitalismo, que terminaría de explotar Mijaíl Gorbachov con la caída del Muro de Berlín y la apertura de la Sociedad Líquida de Zygmunt Bauman.

Los ataques del 11 de septiembre de 2001 es otro de los ejemplos que coloca Klein para describir el estado de shock y explica que esta fecha sirvió para eliminar la narrativa sólida generada con otros ideales y que perduró hasta que el poder lo permitió. Luego del 11 de septiembre se cambió la mentalidad del planeta y se construyeron nuevos enemigos, los cuales fueron arrasados por la maquinaria militar de los países aliados.

Precisamente, ante una crisis económica  y una decadencia de Estados Unidos superado hasta principios del 2000 por economías más dinámicas como la China, ocurrieron los ataques del 11 de septiembre y a corto plazo significaron ganancias en la industria de la seguridad y en la armamentísticas.

La lucha “contra el terror” llevo a Estados Unidos a un ataque contra Irak, considerado entre los países con mayor riqueza petrolera y que coincidencialmente era puente para la transportación de gas líquido, negocio de la familia Bush y Bin Laden.

La idea de la guerra fue resistida no solo por población de oriente, sino también por población en Estados Unidos. Sin embargo, se dejó carta abierta a las acciones de George Bush,, ya que se generó el síndrome de nosotros frente ellos, ellos representados por el mal.

Vemos de esta manera que la terapia del shock le apuesta al conflicto, en gran parte bélico, pero sobre todo el discurso del miedo, para que el poder pueda actuar. Precisamente, lo sucedido en la primavera árabe es una muestra de cómo se usa el discurso del miedo ante posibles ataques terroristas o de otra índole igual de peligrosas.

Los detractores de esta teoría sostendrán que Klein usa elementos poco conectados y trata de explicar la decadencia de algunas economía, sin revisar el apogeo de otras como la de Japón y la de Hong Kong que han crecido gracias a las políticas privatizadoras.Por otro lado, es difícil estar en contra de Klein luego de ver el reciente paro de trabajadores en Colombia y en general el caos de los indignados de España y el fracaso de la economía, producido en Grecia, que demostraron que el libre mercado no ha podido responder a las políticas de los que menos tienen.

Esto por ejemplo se advirtió en con la Crisis Financiera del 2008 cuando se planteó un salvataje a los bancos, supuestamente en beneficio de los que menos tienen, pero con grandes ventajas a los grupos económicos que acumulan el capital.

Lo cierto es que la terapia del shock es usada todos los días y en todos los ámbitos y no solo se aplica con el miedo, sino con otros muchos tópicos. Un mundial de fútbol, por ejemplo, es la oportunidad perfecta para ajustes económicos que serían bastante inadmisibles en otros periodos.

Hitler no uso el miedo, pero sí el odio como terapia del shock, cuando envió mensajes xenófobos contra los judíos y que determinó un resultado claro en manejo de políticas bélicas que no fueron advertidas al 100% por los alemanes sino hasta el fin de la Segunda Guerra Mundial.

Un tema desde donde se ha trabajado mucho la terapia del shock, especialmente en el pasado, fue la lucha contra el  marxismo, considerado letal para el modelo económico que estaba construyendo occidente y precisamente tanto Thatcher como Pinochet alzaron esta bandera y en Estados Unidos se generó la Guerra Fría, en oposición a la Unión Soviética.

La historia está repleta de estos sistemas y como siempre, el tomar conciencia de la realidad y de un pasado coherente con una narrativa dialéctica (nihilista y abandonando cualquier dogmatismo) es la única solución para lograr un desarrollo de los pueblos.