El País de las Maravillas

20.05.2013 16:52

 “Siempre se llega a alguna parte si se camina lo bastante”, Lewis Carroll

Una de las historias más conmovedoras de Kafka se ubica en un parque al cual él sabía visitar todos los días, transcurría ya por costumbre por este lugar y siempre,  siempre… Sin nada más que hacer que imaginar, volar y caer en la locura.

Cuenta Kafka que en alguna de esas visitas miró a una niña, ese infante siempre estaba en el parque y siempre la miraba, pero lo interesante en este cuento es que en realidad esa niña no existió, esa niña nunca estuvo allí y ese es el punto mediante el cual comienza nuestro artículo. La demencia, esa demencia bella que inunda las páginas de los mejores libros que he tenido el gusto de tener en mi mano.

Y aunque paradójico, comencemos presentando a Lewis Carroll, un libro que no he leído pero del cual ya todos conocemos y que es necesario mencionar para iniciar este ensayo (además que nuestro tema nos permite romper hilos estructurales como poner el libro menos conocido al final). La demencia presentada en Alicia en el País de las Maravillas es desde donde nace esa obsesión que he venido desvelando en los últimos días. Esta obsesión obedece a la absurdidad de personajes que están ahí, que palpitan y que sin embargo son tan irreconocibles, son tan dementes.

Volvamos al mismo Kafka. En su novela el Castillo presenta a K, que es el mismo Kafka representado por sueños locos que nunca los podrá resolver y que aunque es tan simple como una entrevista a una autoridad, se vuelve tan utópico. El lector llegada a las 20 primeras páginas advertirá que la novela no tendrá un final feliz, al final no lo podrá conseguir, pero esta esa demencia y esa obsesión que construye nuestro personaje y claro todo esto transpuesto en universos con personajes intensos que develan todo su erotismo y se muestran como seres extraños a los cuales K les teme y les atrae.

Un universo demente y para seguir nuestra línea reposemos en Oscar Wilde, he aquí otro ejemplo de demencia, nuevamente el castillo, en su novela el Fantasma de Canterville,            es uno de los escenarios que cobra mucha importancia, pero aquí se rompe el paradigma cuando el mismo fantasma es el aturdido por una familia que un tanto de forma cómica se burlan de él. ¡VAYA LOCURA!!! La pérdida del respeto al fantasma, o tan solo la existencia del fantasma nos dará una pista que con Wilde el camino no está trazado linealmente. Otra excusa más para perdernos en su libro, pero con cuidado, vaya a ser que por perdernos nos olvidemos de sentirnos nosotros mismos, como el duende de la obra de Wilde, que no advierte su propia locura, pues ya perdió la noción de su ser.

Es que precisamente la demencia, que podemos ponerlo (y con toda la vergüenza que cabe) dentro de una figura literaria. Los personajes en estos tres autores manejan una narrativa única la cual nos invita a despojarnos de nosotros mismos y transcurrir en océanos de nubes y de mierda, pero siempre sin tierra firme.

Terminemos pues esta enumeración de autores europeos locos con Dostoievski, un nihilista puro, quien comparte con sus pares ese deseo de burlarse de la sociedad llevándola a estados de locura y de morboso espanto. Es decir Dostoievski al igual que los otros autores nos guía por laberintos llenos de fantasmas y de monstruos que al final nos termina atrayendo, una suerte de Síndrome de Estocolmo. Queremos salir de los mundos deformes que nos plantea el autor pero solo de labios para afuera, por nuestro moralismo. Al final buscamos drogarnos junto con estos autores. Dostoievski lo plasma esto en el Jugador, un hombre que decididamente busca cosas que el resto las repugna, que idea planes para perder, que huye de personas con las cuales tiene lazos de dependencia.

Locuras sin duda que nos transmutan y nos representan. Al final somos los que estamos viviendo frente al espejo y queremos traspasarlo para superar una anodina vida que por momentos nos alcanza y nos atormenta. Son autores que han descubierto que en la locura y la demencia se encuentran espacios donde nos llenamos y podemos respirar.